En estos capítulos del príncipe, nos dicen que un príncipe debe ser además de inteligente para la milicia, debe saber mucho, con esto quiero decir, que debe de haber leído a grandes personajes, por lo tanto saber como reaccionaban ellos en casos desesperantes, y así poder aplicarlo en su gobierno. No solo ser astuto con la guerra sino con el estudio.
También nos dice que un príncipe siempre debe de estar listo para cualquier situación, y cuando no haya problemas estar al pie del cañón para que así no lo sorprendan. En las palabras de Maquiavelo, "Aún cuando no hay guerra, entrenar mejor que cuando la hay.
La razón suprema no es sino la razón de Estado. El Estado ( que identifica con el príncipe o gobernante), constituye un fin último, un fin en sí, no solo independiente sino también opuesto al orden moral y a los valores éticos, y situado de hecho, por encima de ellos, como instancia absoluta. El bien supremo no es ya la virtud, la felicidad, la perfección de la propia naturaleza, el placer o cualquiera de las metas que los moralistas propusieron al hombre, sino la fuerza y el poder del Estado y de su personificación el príncipe o gobernante.
Una de los capítulos que más me gustaron fue en el que ponía a discusión que qué sería mejor, ser amado o ser temido. Este capítulo lo podemos aplicar, además de a la política a nuestra vida diaria. Por ejemplo, los padres siempre se preguntan, según mi pensar,¿qué es mejor? ser el mejor amigo de mi hijo o hija, o ser prácticamente un dictador, para que al temerme me respete. Yo pienso que tanto en la política como en la vida de un padre, hay que ser equánimes, con esto me refiero a que no sea el mejor amigo del pueblo ni del hijo, sino ponerse a una altura a la que se deba respetar, pero no cayendo en que todo mundo le tenga miedo. Sé que es fácil decirlo pero hacerlo no, pero yo creo que es fácil darse a querer, y poner límites y así tener una mejor vida tanto siendo príncipe como siendo padre.
El bien del Estado no se subordina al bien del individuo o de la persona humana en ningún caso, y su fin se sitúa absolutamente por encima de todos los fines particulares por más sublimes que se consideren. El sentido de la vida y de la historia, no acaba para los hombres si ellos prosiguen en la tarea de perfeccionar la sociedad sobre bases racionales que los trasciendan más allá del simple plano individualista o de atomización social en el que viven dentro de las sociedades contemporáneas de finales del siglo XX.