-Quédense atrás, yo me encargo de él, aprendiz escóndete- les grité. No quería que les pasara nada malo, supongo que fue en vano ese querer. Estábamos en un cuarto grande e iluminado, abundaban en la ciudad. Sostuve una gran guerra en contra del líder enemigo. Nuestros sables chocaban en grandes resplandores de luz, debió haber sido algo hermoso, sino fuera porque el destino de la galaxia estaba en juego. Lo dejé en el piso, me dispuse a acabarlo con los rayos que con anterioridad había usado, pero no puede, mis fuerzas se habían ido. Me sentía débil, veía mi mano con la ilusión de que saliera algo pero nada. Mi aprendiz era mi orgullo y mi debilidad, cerca de ella perdía toda fuerza, pero estaba ella para ser fuerte por mí.
-Mátalo, córtalo a la mitad y acaba esta guerra, es muy peligroso tenerlo vivo- sabía que mi aprendiz era lo suficientemente fuerte para acabar con esto, me equivoque. Ella lo hizo, lo partió a la mitad pero mi amigo era sabio, sabía que eso no sería suficiente. Antes de que ella pudiera mover otra vez el sable, el se paró. Sin embargo pude reaccionar y con una patada lo saque del cuarto. Afuera me dispuse a acabar con esto yo solo. Como dije mi amigo era sabio y a mí me cegaba el amor que nunca admití tener por mi aprendiz. Otra vez nuestros sables chocaron, parecía que la muerte y la esperanza discutían en el aire. Mi debilidad seguía ahí, la misma debilidad que no me dejó matarlo en primera instancia. Esta vez yo terminé en el piso, débil, pero completo, no me había herido. Mi aprendiz vio lo que me había hecho, así que antes de que me matara, ella brincó delante de mí y detuvo a la muerte que me asechaba con su vida.
-Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo- grité con tanto enojo que me es difuso recordar lo que pasó. Mi aprendiz luchaba como nunca la había visto, enfrentaba a esa muerte que antes choco con la esperanza, solo que esta vez lo hizo con la vida. Me siento triste y con un coraje enorme hacia mí. Vi como ella peleaba por mí, y yo no hice nada. Sabía que ella no era lo suficientemente fuerte para vencerlo, pero deje que intentara, ahora me arrepiento. El enemigo atravesó el costado izquierdo de su cuello con su sable, la dejó herida. Me paré de un salto, corrí hacia él y le atravesé mi sable por su corazón, después, de un solo movimiento corté su cabeza sin piedad y la vi caer por el abismo que creaban los edificios de aquella desolada ciudad.
- Me equivoque, ella era la que sería una leyenda, no tú- palabras de mi sabio amigo que aún resuenan en mi cabeza, me gustaría que fueran ciertas. Corrí hacía mi aprendiz, la vi sentada en una esquina, sola, tratando de jalar todo el aire que pudiera para seguir conmigo. Al acercarme a ella vino a mi mente un flashback. Había recogido a mi aprendiz cuando apenas era una bebe. La vi crecer, la entrené, creo que hasta llegué a tenerle amor. Si creo que sí, ahora que lo pienso, la amo. No la amo como mi novia, sino es un amor como padre e hija, difícil de describir. La encontré sola, sin ninguna familia en un frio invierno años antes de que la guerra empezara. Era solo una niña, pero aun así podía derrumbar cien naves y cincuenta hombres solo con su sable y su astucia. Supongo que la entrené bien, pero no quiero engrandecerme, pues desde que la conocí, ella tenía un gran potencial. Jugué con ella, le enseñe todo lo que sabía, le di mi tiempo y ella me dio el suyo. Aunque nunca la trate con amor, siento que ella está agradecida simplemente porque la acogí con mis brazos. Viene a mi mente una imagen de ella sentada en un muelle, su cara estaba dirigida hacia el agua. Se veía triste, hacía olas con la telequinesis, me sorprendí, ya que con apenas unos años de entrenamiento, y a su corta edad, sus habilidades eran sorprendentes.
-Claro que sí, descansa, jugaremos el viernes- las últimas palabras que le pude exclamar, aunque nunca le dije que la amaba, me arrepiento, creo que ella sabía. Regresé del flashback, y ahí estaba ella, tal y como la había encontrado cuando era una bebe. La agarre con mis brazos y la cargué, su cabeza estaba sobre mi brazo derecho y sus piernas sobre mi brazo izquierdo. Era hermosa. Tan pequeña, tan frágil, sus grandes y bellos ojos cafés me veían, su brillante y blanca piel resplandecía en frente de mi, su largo y azul cabello caía por mis brazos sin tocar el suelo. Caminé hacia un cuarto de la nave donde estaba una cama, con las sabanas blancas y tendidas. En todo momento vi su cuerpo débil en mis brazos, nunca despegué mi mirada. Me preguntó que si lo había hecho bien, le respondí que sí. –Hemos ganado la guerra, ahora habrá paz-, me dijo con su último aliento. Le respondí que sí, que ahora todo sería mejor. La recosté en la cama, me dijo que descansaría y que el viernes jugaríamos. Le dije que sí. Como dije, era una niña, ella debía seguir jugando con lo que fuera de su edad, y yo la había llevado a una guerra. Me voltee, y le dije adiós, mientras una lágrima recorría mi mejilla.
Dándole la espalda me di cuenta de lo que pasaba. Ella había dado su vida por mí como gratitud de lo que había hecho por ella. Fue su decisión defenderme, pero fue mi error no protegerla. Ahora ella yacía sobre una cama fría, herida, esperando su muerte, pues creo que sabía que moriría. Sin embargo nunca dejo de sonreír, creo que era su forma de darme fuerzas para seguir adelante y a la vez me decía gracias por haber sido mi padre, por quererme y por haberme dado una vida. Tal vez en ese frío hubiera tenido el mismo destino que ahora tiene, hubiera muerto. Ahora me doy cuenta de su amor incondicional que ella me dio en ese momento, me mostró cuanto me amaba dando su vida por mí. Ahora veo por estos mismos pasillos, veo su sonrisa recorrer esta nave hacia mi diciendo –mira, mira, he podido levantar este cubo- y yo respondiendo –vete, eso no es nada-, y con una tierna y triste sonrisa, moviendo su cabeza hacia abajo dice – si tienes razón- y daba la vuelta y regresaba a su cuarto donde ahora yace. ¿Habré sido un buen padre? Ahora me arrepiento por como la traté, pero algo si sé, ella no fue solo mi aprendiz, es mi hija y yo la amo. Gracias…Ileana.
-Bruno Jacobo M.