Werther no es el único amador. Su caso se repite, pues la pasión no es, en modo alguno, invención poética; es propia de los cultos y de los incultos, y se enseñorea de todos. La historia sencilla de un mozo enamorado de una señora viuda es como una modesta vida paralela del propio Werther, que le sirve de espejo y dice a los lectores que tanto entre los humildes como entre los altos la pasión es poderosa. Los tristes presagios del mozo campesino anuncian el final catastrófico de Werther. orque el amor romántico ha de ser desgraciado: cuando Werther y Carlota, en aquella maravillosa entrevista final, se confiesan sin palabras su pasión, es ya demasiado tarde.
El ideal femenino
Carlota, desde aquella primera aparición con su sencillo traje blanco con lazos de un rojo pálido, es el bello ideal femeninoo del Romanticismo. Es la mujer natural, espontánea, sencilla. Hay un simbolismo inconsciente. Werther y Carlota, rodeada de sus hermanitos, que podrían ser sus hijos, son la imagen anticipada e una felicidad que se hace imposible. Werther y Carlota forman esa pareja prefecta que por muy poco no se puede realizar, sólo por una promesa hecha a destiempo, por una indecisión inoportuna, pero que marca toda una vida.
El “mal del siglo”
El joven romántico que es Werther no sólo padece de amor: es un alma solitaria en una sociedad que no le gusta. Le molestan las relaciones burguesas, la burocracia, el ceremonial, y, rebelde, libre y orgulloso, se opone al servilismo y al envilecimiento, lo que le cuesta la destitución de su cargo. A las penas del joven Werther se añade un descontento hacia el ambiente que le rodea, donde hombres cautos y falsos tienen la mayor preponderancia. Werther es feliz en el retiro de su cabaña; muy roussoniano, suele esconderse para gozar de la soledad elegida libremente y confundirse con la naturaleza. El individuo descontento de la sociedad, el joven sensible, anhela más que nunca ser comprendido por alguien; de ahí la fuerza con que se entrega a la pasión del amor.
El éxito fulminante de Werther (1776) se debe precisamente a que Goethe reflejaba en este intenso librito las preocupaciones y sentimientos de muchos de sus contemporáneos. El hastío de la vida, el tedio vital, la desesperación que ahonda en el alma de Werther no sólo provienen de un amor desgraciado, sino de un descontento general que sentía la juventud alemana por entonces. . Goethe labró con esta novela un modelo de oposición ante el mundo que muy pronto caló con profunda huella entre sus contemporáneos jóvenes, quienes se aprestaron a imitar al héroe novelesco en su modo heterodoxo y vehemente de enfrentarse a la sociedad y a la vida.
Razón frente a pasión
En la novela se perfilan diferentes rasgos del carácter del joven romántico, dibujando el mapa de una personalidad que puede definirse genéricamente como "pasional" frente a lo "racional".
El hombre razonable y el hombre apasionado están en los dos polos opuestos. En este librito, Alberto, el prometido y esposo de Carlota, es el hombre razonable, moderado, reflexivo, que a veces adolece de falta de sensibilidad. Desde el punto de vista de Alberto, Werther aparece como un insensato, embriagado por el delirio de sus pasiones, como un loco dominado por una furiosa e infinita pasión. Werther es el joven impulsivo que habla con ardor y cuya sangre corre más rápida por sus venas que la del hombre reflexivo. Si el lector adopta el punto de vista del hombre razonable, se asustará con los gestos wertherianos; pero si comprende a Werther encontrará vulgar y fría la figura de Alberto.
Arte y naturaleza
Al atractivo de la historia personal que encierran Las penas del joven Werther se une el encanto de la poesía, de la música y de la naturaleza. Werther y Carlota comienzan a amarse con el recuerdo de un gran poeta, Klopstock, en una tarde irisada de lluvia, y terminan exaltados con la lectura de los acantos de Ossian, iluminados por la nocturna luz lunar. Las melodías preferidas embellecen los momentos más líricos del sentimiento. Carlota al piano, tocando aquella música perturbadora, hace resonar las más íntimas vibraciones musicales del alma de Werther. La Música y la Literatura, en correspondencia con el sentimiento, dan a la pasión amorosa una fascinación difícilmente superable. Cuánto más hermoso todo, si el protagonista dice, al ver amarillear el otoño, que el otoño está en él, y que el torrente de las montañas, y el Sol, la Luna y las estrellas se ciernen sobre su cabeza mientras nubes apresuradas pasan por el cielo, igual que los veloces pensamientos sobre su frente.
El caso es que Arte y Naturaleza cobran sentido para el romántico en la medida en que se encuentran en consonancia con el alma del poeta, del genio, del artista, del hombre. El hombre romántico, apenado, busca ecos a su propio espíritu en la soledad de los bosques, en la belleza de los paisajes idílicos y en los paisajes tempestuosos y embravecidos , identificando el entorno con sus propios sentimientos. Además de en la naturaleza, el romántico también encuentra sintonías de su propio espíritu en la Literatura y en las otras artes, siempre y cuando se trate de obras de verdaderos artistas por los que fluye el genio.
El suicidio
Werther representa a la perfección la angustia vital que, al hundirse la antigua armonía, sin que aparezcan otras soluciones, devora al hombre romántico. Werther encarna el profundo desengaño y el vacío existencial propios de su época y, como tantos jóvenes, se deja llevar por el sufrimiento y la desolación. Acuden con frecuencia al personaje pensamientos desesperados, pesimistas, asesinos y suicidas que anuncian la desgracia final: no hay otra salida para la desesperación del hombre romántico.
La religión
Werther, a diferencia de otros personajes románticos no llega a enfrentarse con la religión y con Dios: él, aunque con ciertas reticencias que le hacen ser crítico con las creencias, aún respeta la Biblia. Hay que recordar que no todos los románticos fueron exaltados y, aún, que muchos de ellos vieron en la ortodoxia y el conservadurismo otra posible vía de escape al "mal del siglo".