A partir de ese momento la popularidad de Santo creció exponencialmente con cada una de sus batallas sobre el cuadrilátero, además gracias a las victorias y campeonatos que acumulaba paulatinamente. En 1943 obtuvo el Campeonato Nacional de peso ligero contra el Ciclón Veloz; posteriormente ganó el Campeonato Mundial Medio al vencer al Murciélago Velázquez. Conquistó el Campeonato Mundial Welter, siendo el primer mexicano en lograr esto. Obtuvo dos cetros mundiales Welter y Medio, así como tres títulos nacionales en Welter, Medio y Semicompleto. En 1945, El Santo luchó por primera vez junto a Gory Guerrero (venciendo a Bobby Bonales y a Jack O’Brien); de esta combinación surgió la dupla más famosa dentro de la lucha libre, conocida como “la pareja atómica”. Tiempo después se separaron y el Enmascarado de Plata se presentó sin su distintiva capucha en Texas (Fernández, et al.).
Hasta 1962 El Santo había pertenecido al bando de “los rudos”, sin embargo a causa de su incursión en el mundo cinematográfico, donde era el defensor de las causas nobles, se vio obligado a convertirse como “técnico”, y así poner fin a la contradicción que sus seguidores expresaban al ver a su ídolo comportarse como malvado (rudo) en el encordonado y al mismo tiempo ser el representante de la justicia en fotonovelas, televisión y cine; además de la propia contradicción que surgía desde su nombre.
Ya como técnico, Santo construyó las más grandes y legendarias rivalidades en la historia de la lucha libre mexicana, la primera fue contra Black Shadow, también sostuvo emocionantes enfrenamientos contra Cavernario Galindo, pero sin duda su némesis arriba del ring fue Blue Demon, con el que sufrió su mayor humillación al ser derrotado en dos caídas al hilo.
El Santo fue en realidad un fenómeno único, el auge de la lucha libre en México se debió, en gran parte, a él. Todo México quería ver al Santo y era tanta la demanda en sus presentaciones que aparecía en la cartelera de diferentes funciones para el mismo día y la misma hora, por lo que existieron varios impostores que aprovechaban la popularidad del Enmascarado de Plata.
Después de cuatro décadas de carrera profesional, El Santo decidió retirarse de la lucha libre y para anunciarlo apareció en el programa Contrapunto del periodista Jacobo Zabludowsky, éste último logró que mostrara parcialmente su rostro, suceso que ocupó las conversaciones de los mexicanos, ya que se creó el mito de que nunca se quitaba la máscara.
A los 65 años de edad, El Santo tuvo tres despedidas oficiales: en el Palacio de los Deportes, en la Arena México y en el Toreo de Cuatro Caminos, ésta última sucedió el 12 de septiembre de 1982. Se reunió con grandes amigos del mundo de la lucha, entre ellos: Gori Guerrero, Huracán Ramírez y Perro Aguayo; durante la pelea El Santo quedó inconsciente por la golpiza, confirmando así su incapacidad para seguir en el cuadrilátero (Fernández, et al.).
Dos años más tarde, en 1984, El Santo ofrecía una función como escapista en el Teatro Blanquita, al concluirla se sintió peculiarmente agotado por lo que se dirigió a su camerino a descansar; unos minutos después fue trasladado de urgencia al Hospital Mosel a causa de un infarto al miocardio. Su acta de defunción indica que falleció el 5 de febrero a las 9:41 pm a los 67 años de edad (Filmoteca Canal 7, 2010).
Al día siguiente sus restos fueron sepultados en el panteón Mausoleos del Ángel en la Ciudad de México, allí se dieron cita más de 10 mil personas para decirle adiós a su ídolo. A su paso por las calles, la gente se desbordaba, se escuchaban sus gritos, llantos y porras; el tránsito se par, las instalaciones del cementerio fueron insuficientes para alojar a los admiradores, que “con lágrimas en los ojos y profunda tristeza, se despedían del héroe de las mil batallas” (Poniatowska, et al., p. 284). Hasta ese momento sólo el sepelio de Pedro Infante había movilizado a tanta gente.
El Santo logró integrarse a la vida social, religiosa, política e histórica de los mexicanos, así como convertir en un rentable negocio a la lucha libre. La falta de anhelos y esperanzas hicieron de Rodolfo Guzmán la única salvación en una vida llena de desilusiones y fracasos palpables tanto en la vida cotidiana como en otros deportes. Ése fue El Santo, “el ángel”, “el héroe”, el aspirante de actor que nunca leyó completos los guiones de sus películas, quizás por la miopía que desde niño padecía; el que era un diestro conductor de automóviles deportivos en sus filmes, pero un pésimo conductor en la vida real; el que masacraba luchadores, réferis y policías al intentar detenerlo en su rol de rudo; el que hombre devoto que rezaba en cada esquina; el que dejaba que los niños se le acercaran y era generoso con sus colegas; el mismo que al morir dejó en el mundo real y el en ficticio un hueco sumamente difícil de llenar, hasta hoy nadie ha logrado ser el fenómeno que él fue.
El legendario enmascarado ha sido hasta la fecha el que más tiempo mantuvo su anonimato y el que más cabelleras, capuchas y trofeos obtuvo a lo largo de su carrera.
1.4 El lance mortal a la cultura mexicana
La popularidad y el éxito de Santo causaron una expansión que abarcó casi cualquier tipo de entretenimiento de la época. El primer medio en aprovechar esta popularidad fue la historieta o cómic; en la década de 1950 José Guadalupe Cruz comenzó a publicar el librillo titulado como “El Santo”, convirtiéndose así ene le primer luchador dentro de la historieta mexicana. En éstas se desenvolvía como el defensor del bien y la justica por excelencia, por lo que se vio obligado a trasladarse al bando de los técnicos para ser congruente entre el personaje de ficción y la estrella de la lucha libre.
Las historietas gozaron de tal éxito que se vendieron millones de ejemplares y se llegó a editar dos o tres números cada semana. Además la circulación que cubría prácticamente todo el país rebasó nuestras fronteras y se colocó en el gusto de los estadounidenses sobre todo en las ciudades de Chicago, Texas y Los Ángeles. A la par la popularidad de la lucha libre aumentó cuantitativamente gracias a las transmisiones de Televisa por televisión abierta.
El siguiente pasó de el Enmascarado de Plata en la conquista del entretenimiento masivo fue en el séptimo arte al aceptar la invitación de Fernando Osés (luchador y actor) para protagonizar una película. Las primeras se estrenaron en 1958 bajo el título de Santo contra el Cerebro del Mal y Santo contra los Hombre Infernales, ambas escritas por Osés y Enrique Zambrano y dirigidas por Joselito Rodríguez.
A partir de este punto, surgió un subgénero cinematográfico en México, con cierto grado de repercusión mundial (sobre todo en Francia), basado en la ciencia ficción, el cine fantástico y el horror, es decir el cine de luchadores. Su vigencia se sostuvo hasta la década de 1980, siendo El Santo su principal figura. Así protagonizó más de 50 películas entre las que destacan El Enmascarado de Plata (1952); Santo vs el estrangulador (1963), Santo contra la invasión de los marcianos (1966); Santo contra las mujeres vampiro (1962), todas estás dentro de la primera etapa enmarcada por el formato blanco y negro (Carro, 1984).
La segunda etapa comienza con Operación 67 y El tesoro de Moctezuma de 1966, ya a color. En 1968 incursionó en el cine infantil haciendo pareja con Gaspar Henaine Capulina en Santo contra Capulina. Durante los 70s el cine de luchadores vivió su auge tanto en popularidad como en cuanto a la técnica de sus filmaciones, con cintas como Las bestias del terror (1972), Ánimo Mortal (1971) y Santo y el misterio de la perla negra (1974), todas con un corte de suspenso y policiaco. En 1973 se filmó Santo contra el Doctor Muerte, considerada como una de sus mejores producciones, en éste se narra el turbulento mundo del tráfico de arte (ITESM, 2011).
Otro rasgo de estas cintas fue el emparejamiento con otros luchadores importantes de la época, como Mil Máscaras, Tinieblas y su acérrimo rival en el ringo Blue Demon en Santo y Blue Demon contra los monstruos de 1969. El impacto del luchador fue tan grande que en 1973 protagonizó una película junto a Capitán América y Spiderman titulada Los tres poderosos de producción turca, aunque está infringió los derechos de autor, copiando los personajes de Marvel Comics y Rodolfo Guzmán.
La última película protagonizada por Santo fue La furia de los karatecas (1982), aunque ésta no fue la final incursión en la pantalla grande ya que esto se dio en Chanoc y El hijo del Santo contra los vampiros sangrientos del mismo año; aquí la leyenda sólo tuvo una aparición especial al entregar a su hijo su inconfundible máscara.
En ninguna de sus cintas, el personaje nunca se involucra de manera sentimental ni se profundiza en su vida privada o sus temores y debilidades (Conde, 2007). Otro punto relevante es que el argumento de todas sus películas es básicamente el mismo, lo que no obstaculizó el éxito en taquilla. Esto se puede explicar con lo que Umberto Eco (1962) dice en cuanto a los productos comunicativos masivos, en los cuales el público no desea que se le cuente nada nuevo, su interés se enfoca a encontrar la grata narración de un mito, recorriendo un desarrollo ya conocido y cumpliendo las expectativas de los espectadores.
La muerte de Rodolfo Guzmán en 1984 no detuvo la expansión de su personaje a otros productos mercantiles y comunicativos, los moneros Jis y Trino retomaron esta figura con la historieta de crítica social nombrada Santos, que en sus inicios se publicó en el diario La Jornada y posteriormente en la revista El Chamuco y la revista WOW.
En 2004 el Enmascarado de Plata se convirtió en un dibujo animado con la miniserie producida por el canal infantil internacional Cartoon Network, que consta de cinco capítulos de cinco minutos cada uno. Esta vez el santo lucha en la Ciudad de México contra un científico loco que planea clonar al legendario luchador para conquistar, primero el país y después el mundo. A raíz de esta serie se creó una línea de ropa basada en la figura de Santo llamada Santología con un mediano éxito ya que su venta es exclusiva en la tienda departamental Sears (El Universal, 2007).
El héroe más mexicano también tuvo influencia en la música, varias son las bandas, principalmente de rock, que lo han homenajeado, tal es el caso de los creadores del guacarock, Botellita de Jerez que incorporaron a sus paródicas canciones a Santo en Santo contra la tetona Mendoza y El Guacarock del Santo.
Además la plateada máscara forma parte de la decoración urbana, no son pocos los “grafiteros” que a modo de tributo lo incorporan a sus trazos. Así se observa que Santo se ha convertido en más que un mito, un fenómeno de la cultura de masas y popular, estando presente en casi todo medio de difusión moderna y mientras que los mexicanos lo han integrado al imaginario colectivo como referente del bien y la justicia.
2. Marco teórico
En este apartado se abordan los aspectos en torno al mito, piedra angular del surgimiento de la cultura que además en la actualidad, de acuerdo con este reporte, se puede relacionar íntimamente con la simple figura de un luchador. A partir de esto se analiza el fenómeno surgido desde el siglo XIX conocido como “cultura de masas”, no sin antes conocer la conceptualización moderna de cultura.
2.1 Mito
Los mitos son fenómenos socio-históricos que con el correr del tiempo se integran y simultáneamente construyen a la cultura. En todo el mundo, tiempo y circunstancia se han desarrollado los mitos y son el estímulo de mucho de lo que ha podido florecer del ser humano. Sus protagonistas, seres míticos, dioses héroes y demonios están presentes en muchas manifestaciones humanas, sobre todo en las prácticas culturales y cotidianas de casi todas las civilizaciones. Gran parte de la construcción social “se basa en los mitos y la mitología heredada, resulta innegable que ningún pueblo puede entenderse sin apelar a dichos fenómenos” (Comte, 1992, p. 11). Inclusive se puede asegurar que la concepción del bien y del mal proviene de estos relatos.
Ahora bien, ¿qué es un mito? De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española (RAE), un mito es
… una narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad. O, historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal. (RAE, 2011)
Estas definiciones resultan obsoletas, sobre todo para el análisis del fenómeno cultural que ocupa a este trabajo. El terminó de “mito” ha evolucionado y actualmente connota conceptos ligados a lo fabuloso, extraordinario, fascinante o increíble, asimismo se relaciona con aspectos negativos como lo irreal, de la mano a la invención de lo imaginario. Desde esta visión, se incluye como mitos a las figuras del espectáculo, a causa de una exagerada propaganda, ideas fundamentales o las creencias religiosas que muchas veces se alejan de la objetividad.
La definición precisa y adecuada resulta sumamente difícil, ya que se ha abordado desde varias disciplinas, tal y como indica Duch, citando a Wall, “un lingüista analiza el lenguaje del mito, el folclorista se interesa por los motivos y por las tramas que emplea, el crítico literario considera el estilo y el valor estético, el psicólogo busca el contenido emocional, el teólogo examina la relación con las verdades religiosas y el científico social se concentra en sus significados y funciones sociales” (1998, p. 291). Para los fines de este reporte emplearemos tres definiciones, la primera desde el funcionalismo, la segunda recurriendo al psicoanálisis y última a partir de la comunicación con relación al relato.
Apelando a la escuela funcionalista, que indica que el mito debe ser estudiado en el contexto social y cultural en el que se produce, pues desde esta perspectiva está directamente relacionado con la realidad de los seres humanos dentro de un sistema de valores, instituciones, creencias y comportamientos. El mito aquí tiene una función social, y para hacerlo inteligible se debe partir de los contextos socioculturales en el que parecen los relatos. Es decir lejos de una significación espiritual o intelectual, se relata que la labro del mito es dar fundamento a los usos tradicionales y a las normas de convivencia de un pueblo, brindando una justificación narrativa y aceptada por toda una tradición dentro de una vida social.
A partir del psicoanálisis el mito “descubre una ignorancia consciente y una sabiduría inconsciente” (Freud, 1929), y basta con recordar como recurrió a los contenidos estructurales de los mitos antiguos para ilustrar los conflictos mecánicos de la vida psíquica inconsciente mediante el denominado complejo de Edipo. Freud (1913) considera que básicamente el tótem y el tabú son sólo la expresión de una transfiguración inconsciente del asesinato del jefe del grupo por parte de sus hijos. Desde otra perspectiva en la misma disciplina, Jung indica que los mitos provienen de las imágenes y arquetipos presentes en todas las culturas, por ejemplo es viejo sabio, los “otros” enemigos, explicaciones del origen del mundo, etc.
De acuerdo con Jung el mito se relaciona con las imágenes simbólicas porque son expresiones diversas de los arquetipos, por lo que el mito constituye “lo que no es”, a partir de la correlación entre el ser y la conciencia, y entre el “no ser” y el inconsciente; dicha correlación posee gran relevancia en la interpretación del mito, pues éste da un valor decisivo de los deseos inconscientes del ser humano.
No hay que olvidar que el mito se transmite por medio del relato, la forma y el fondo son igualmente relevantes para su aceptación por un grupo social, de acuerdo con Martín Serrano, un relato es
…una interpretación de lo que sucede en el entorno, una interpretación del propio entorno que emerge en medio de muchas otras interpretaciones de la realidad… Cada relato está inscrito en una determinada visión del mundo, una determinada cosmovisión, una determinada lógica de la realidad. (2011, p. 2)
Con esto se determina que el mito actualmente es una interpretación de la realidad, surgida a partir de los fenómenos socio-culturales que se encuentran en un contexto determinado. Una sociedad decide que sujetos u objetos son dignos de ser transformados en mitos. Esto sucede en la cultura de masas gracias a la delegación e identificación de mitos y héroes mediáticos (Imbert, 2004), en otras palabras, los mitos son creados por los medios de comunicación pero legitimados por la sociedad.
2.2 Cultura
Desde la construcción del concepto “cultura” se han colocado numerosas explicaciones que intentan explicar el término en su sentido más amplio. Para muchos, cultura son sólo aquellas expresiones artísticas que se ubican en museos, se escuchan en las salas de conciertos o se admiran en lo grande teatros. No obstante los teóricos sociales denomina cultura como “todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades por el hombre en cuanto a miembro de la sociedad” (Taylor, 1984, citado en Gómez Villanueva, 1991, p. 97), por lo que la cultura no es un ente aislado reservado para las clases hegemónicas, por el contrario surge por medio de la interacción de todos los individuos que integran un grupo, que en su mayor nivel se puede nombrar sociedad o civilización. Simultáneamente la cultura se produce y reproduce con esta interacción, resultando en un proceso de apropiación de sí misma, tanto de los medios que se involucran.
La cultura es entonces más general, ya que abarca la totalidad de las relaciones sociales, los fines que una sociedad se plantea y los motivos para realizarla (Mejía, 2001). Así vemos que la cultura consta de las normas no escritas e informales de una organización, pues puede referirse a la suma total integrada de los rasgos de conducta adquiridos y que caracterizan a los miembros de una sociedad, del mismo modo todo intercambio social, entre individuos o grupos, se estructura por pautas culturales específicas, por modos particulares de producción y la transmisión del saber que se ha ido acumulando durante años.
Más allá de las diferencias fisiológicas con otras especies, al ser humano lo distingue precisamente la cultura de la “vida natural”. De acuerdo con Thompson la cultura es “el conjunto interrelacionado de creencias, costumbres, leyes, formas de conocimiento y arte, etcétera, que adquieren los individuos como miembros de una sociedad particular y que se pueden estudiar de manera científica“(1988, p.191), esto rompe inmediatamente con el supuesto de que la cultura significa la educación, el arte y el refinamiento, atributos exclusivos de la élite (Arizpe, 1989). Por otro lado Thompson (et al.) refiere que todo fenómeno cultural es también un fenómeno simbólico y el estudio de la cultura se interesa esencialmente por la interpretación de los símbolos y de la acción simbólica.
El mismo Thompson define a las formas simbólicas como un amplio campo de fenómenos significativos que abarca las acciones, gestos y rituales, es decir toda expresión humana en las que puedan identificarse la intencionalidad, convencionalidad, con estructura y contextuales. Las formas simbólicas, indica, son intercambiadas entre individuos inmersos en contextos socio-históricos específicos y este proceso de intercambio requiere de ciertos medios de transición, que son acaparados hoy en día por las instituciones públicas y privadas de comunicación.
En este tenor la cultura no existe per se, sino que es un conjunto de manifestaciones funcionales, hasta cierto grado, en cuanto a un alto repertorio de prácticas o de actividades ligadas a formatos de interacción social; la unión práctica-formato es lo que caracteriza a la mayor parte de las causas socio-culturales. Cada sujeto construye su propia cultura, siempre respetando la estructura previa que su medio ambiente ofrece en pautas socioculturales recurrentes.
Del mismo modo la cultura representa la fuerza del desarrollo social, es decir la capacidad de las diferentes sociedades para actuar sobre ellas mismas y por ende modificar sus procesos dentro del desarrollo social y conceptual. La cultura ocupa un papel imprescindible en la realidad, ya que marca los parámetros considerados como viables sobre los acontecimientos de los individuos, además sirven para cuantificar el grado de funciones dentro de las entidades sociales para su posterior aplicación, y poder entender las estrategias desarrolladas para imponer una cosmovisión respecto a la contante construcción, modificación y adecuación de conceptos e ideas.
Retomando un punto señalado anteriormente, por muchos se asume que la cultura es exclusiva de las clases altas, no obstante hay que definir que es una “clase social”; para la sociología indica un estrato social y su ubicación correspondiente, es decir es la manera en que las clases sociales se organizan y operan, una categoría edificada a partir de la posición que determinado actor social ocupa en el campo social. También indica las maneras en que los sujetos se comportan, los gustos, el lenguaje, las opiniones, hasta los ideales y creencias religiosas se diferencian en este sector para posicionar en uno u otro estrato.
Las clases sociales atienden a las condiciones de vida material, de consumo, por lo que la cultura será apropiada por los individuos dependiendo de las necesidades inmediatas de cada uno de ellos, es decir cada uno de nosotros consumirá aquellos productos (culturales o mercantiles) que se requiera dependiendo la clase social a la que pertenecemos, ya que dentro de las sociedades de clases sociales existe una cierta homogenización de ideas. Los conceptos dominantes, adoptados por cada clase, estarán en función de los individuos y de la época.
Las clases sociales se distinguen por su modo de consumo y por sus prácticas sociales, éstas últimas con el fin de crear un conjunto integrador dentro de los grupos humanos, algo similar a un factor común. La clase social dominante será la encargada del control así como de la producción de los medios de comunicación, por tener los recursos necesarios, por lo que “va elaborando cultura de acuerdo a la estructura económica” (Sánchez, 2000, p. 100). Esta dominación afectará a las relaciones sociales cotidianas, pues aunque se impongan la cultura define aspecto de aceptación, no limitados exclusivamente a una reproducción de la realidad, sino a una posible comprensión e interpretación de los hechos y sucesos sociales.
La cultura es la principal constructora de identidad, pues establece la lista de atributos culturales que sirven a conformar una identidad colectiva, lo que es la esencia del grupo. El individuo construye su propia identidad con base a su clase social, asimilando conductas que son aceptadas en relación a otros, es decir “el individuo empieza pensando en términos enteramente sociales y la misma individuación sólo puede conseguirse por socialización” (Habermas, citado en Molina, 2011).
Ahora bien, en la actualidad, los medios de comunicación al igual que el desarrollo de las relaciones sociales han hecho que los seres humanos busquen el conocimiento que se requiera para propiciar relaciones con su mundo social así la cultura en la cual están inmersos les permita ubicarse dentro de una clase social. Esta ubicación da una identidad en la búsqueda de un reconocimiento y de una aceptación por un grupo de individuos. Dicha condición explica el consumo o rechazo ante los bienes culturales disponibles en una sociedad determinada, lo que se ha acentuado con el advenimiento de lo que conocemos como “cultura de masas”.
2.3 Cultura de masas
El fenómeno conocido como “cultura de masas” es el resultado de un proceso que se ha gestado a partir del siglo XIX, con el desarrollo de la Revolución Industrial. Se puede entender como “aquella producida o reproducida por medios técnicos, pensada para ser dirigida a un público considerable en cantidad, caracterizada además por el desarrollo cultura propio del capitalismo” (Blanco, 2000, p. 17).
El desarrollo de las industrias de los medios, es decir la producción y circulación de las formas simbólicas en las sociedades modernas es inseparable de las actividades de las industrias de los medios. La música pop, los deportes y otras actividades están ampliamente sostenidos por las industrias de los medios, las cuales están comprometidas no solamente con la transmisión y apoyo financiero de formas culturales preexistentes, sino también con la transformación activa de las mismas (Thompson, et al.).
Con esto, la industria marca parámetros de producción que se trasladan directamente a la cultura de masas, ya que “es dotada de múltiples estrategias de poder como la de reproducir y estandarizar una versión de la realidad; “reproducción en serie de las condiciones de posibilidad del sistema capitalista en el terreno de lo simbólico y en el espacio del ocio y del esparcimiento” (Blanco, et al., p. 18)
Los teóricos Escuela de Frankfurt fueron de los primeros en abordar este fenómeno, creando el concepto de “hombre exterior”, es decir el “hombre de masa” que, inmerso en la industria cultural, se ve anulado de lo íntimo, de lo privado y de toda reflexión crítica como resultado de la administración de la diversión masiva, mermando toda posibilidad de acción. El problema de la cultura de masas, de acuerdo con la Escuela de Frankfurt, radica “en la promoción de bienes culturales por parte de la industria, reproduciendo en serie y degradando la estética o el gusto, además aletarga la capacidad crítica de la sociedad y prepara el terreno para cualquier forma de dictadura” (Páez, 2001, p. 137).
Adorno dice que “la cultura de masas es depravada como consecuencia de la fusión de la cultura y el entretenimiento y más aún que la mezcla de la industria cultural con la publicidad, hace de amabas simplemente un procedimiento para manipular a los hombres” (Páez, et al.). También indica que la base de la cultura de masas es “la necesidad cuasi-necesaria de la clase trabajadora de descansar y de reponer las energías gastadas durante el procesos productivo. La cultura de masas y la industria del entretenimiento crean, satisface y reproducen nuevas necesidades” (Páez, et al., p. 438). Entonces la cultura de masas es promotora de una nueva estructura donde se estandariza los gustos y la capacidad de recepción, incluso de interpretación, de las personas.
Con esta lógica se nota que toda expresión artística ha podido ser deformada a causa de su industrialización, dando como resultado meras mercancías que pretenden satisfacer supuestas necesidades creadas también por la industria. Esto incluye el cine, uno de los principales medios por el que el mito de Santo se consolidó. Esto se logró gracias a aparatos de presión (principalmente económicos), ya que los industriales orillaban al trabajador a adecuarse a los gustos y deseos de sus posibles espectadores, eliminando así la finalidad del arte, es decir la expresión de los deseos y gustos del autor, recreando y procesando la realidad social, “finalmente se estableció una cultura unidimensional, vigilante y represiva” (Páez Díaz, et al.).
Hasta este punto parece pertinente marcar las diferencias entre dos fenómenos que han suscitado controversia y confusión, y que por la orientación de este trabajo es necesario enmarcar. Esta confusión se refiere a la “cultura de masas” y a la “cultura popular” por lo que se retoman dos notables estudiosos para separarlas.
Jesús Martín-Barbero (1987) considera a lo popular como un objeto de estudio por sí mismo, ya que no siempre se relaciona con lo masivo. La cultura popular es autónoma, independiente de la cultura de masas, hegemónica y actúa como una frontera simbólica que confirma el valor y poder de las identidades culturales. Por su parte Edgar Morín indica que la cultura de masas se produce
… según normas masivas de fabricación industrial; extendida por técnicas de difusión masiva (a las cuales un extraño neologismo anglo-latino llama mass media); dirigida a una masa social, es decir, a una gigantesca aglomeración de individuos seleccionados sin tener en cuenta las estructuras internas de la sociedad (clases, familia, etc.). (Morín, 1965, p. 20)
En resumen, la cultura popular son expresiones colectivas más auténticas que se inyectan de valor simbólico por sí mismas y le dan sentido e identidad a aquellos sujetos involucrados y no siempre se relaciona con la cultura de masas, mientras que esta última es creada como un producto y promovida por los medios de comunicación para ser consumida por el mayor número posible de personas.
Por otro lado hay que distinguir entre la “alta cultura” y la “baja cultura”, que de acuerdo con Umberto Eco (et al.) se analiza desde la visión de los “apocalípticos” (alta cultura) que no aprueban una cultura masiva al considerarla una anticultura dominada por los mass media en la búsqueda de triunfo y vana vulgaridad; y los “integrados” que aceptan una cultura cada vez más extensa y por ende llegue a un alto porcentaje de la población. En la opinión de Eco la cultura de masas está promovida por diversos grupos sólidos en cuanto a recursos económicos, que intenta obtener el máximo beneficio de su inversión (). De acuerdo con esto la cultura de masas es “productora de mensajes”, por lo que los medios de comunicación son fundamentales para comprender su desarrollo.
Umberto Eco critica a la cultura de masas, destacando que los consumidores están sometidos a las leyes de la oferta y demanda,; le sugiere al público lo que debe desear; opera en el plano de las opiniones comunes con base al refuerzo existente en el seno de la sociedad; la clase dominante suele utilizarla como vehículo de control social; utiliza modelos impuestos verticalmente para impedir el ascenso y progreso de las masas. Del mismo modo no permanece tan sólo en un nivel crítico, también reflexiona sobre las ventajas que conlleva la cultura de masas, como que un amplio grupo social participa con igualdad de derechos en la vida pública, el consumo, disfrutando de las comunicaciones disponibles; la homogenización del gusto permite que ciertas diferencias de clases se eliminen, unificando sensibilidades nacionales; el hombre contemporáneo puede acceder a aspectos del mundo que antes sólo eran patrimonio de una elite; colaboran en la renovación cultural, mediante la aparición de nuevos modos de hablar y la incorporación de novedosos lenguajes artísticos.
Uno de los principales ejes de la cultura de masas son los medios de comunicación que propician el intercambio y circulación de mensajes, ideas y valores, generando la adopción de identidades no siempre benéficas para el público objetivo. Así permiten expresar o bien manipular, de acuerdo a su enfoque, diferentes maneras de interpretar la realidad.
Con esta dinámica se comercializa de igual modo los productos de la “alta cultura” tanto como los “populares”, colocándolos al mismo nivel como meros productos de entretenimiento; son considerados mercancías de uso masivo, ya que todos accesan fácilmente a ellos. Es entonces que la “cultura de masas aparenta un cultura popular, pero lo que en definitiva ofrece son los productos de una cultura superior sin sus componentes de crítica y análisis” (Muñoz, 1995, p. 132), algo así como una “cultura light”, ya que se separan los factores que los poseedores de los recursos de producción consideren peligrosos para mantener el status quo.
Bajo esta dinámica es que se analiza el fenómeno cultural construido a partir de la figura de Santo, el Enmascarado de Plata, con lo que se intentará explicar el porqué de su asunción social hasta convertirlo en un mito.
3. El mito de el Santo
Para reflexionar sobre la importancia que alcanzó Santo en la sociedad mexicana hay que tomar en cuenta todas las manifestaciones cotidianas de las sociedades actuales, que son determinadas por las transformaciones epistémicas de la época contemporánea, donde la cultura masiva se ha revalorizado paulatinamente. Gracias a esto se pueden explicar algunos procesos culturales globales que se producen de la reestructuración social, intervenida por aspectos tecnológicos, el consumismo y la comunicación masiva.
Andreas Huyssen (2002) dice que es poco relevante distinguir entre la alta y la baja cultura, entre el arte elevado y las expresiones populares, entre los niveles hegemónicos y el pueblo o entre la cultura de masas y la cultura popular. El fenómeno de El Santo no indica que a partir de su surgimiento desde las clases sociales más bajas se haya elevado al terreno de “lo culto”, transportándola entonces a galerías o pasarelas, sino que toda manifestación forma parte de una misma cultura que es todo menos única, es decir un proceso llamando multiculturalidad; del mismo modo que no existe un solo México.
La cultura de masas entonces muestra una imperiosa necesidad de comprender que sus diversiones, sus placeres y sus entretenimientos no deberían juzgarse de manera negativa, tanto como se tiene que evitar encasillarlas como inferiores ya que se legitiman por su grado de flexibilidad, apertura y adaptación dentro de la sociedad actual con todo y sus enormes posibilidades, “la mercantilización invadió la obra de Wagner sin debilitarse completamente. Al contrario, hizo de ella una gran obra de arte” (Huyssen, et al., p. 87).
El mito de Santo el Enmascarado de Plata fue posible gracias y a través de la industria de los medios masivos, a sus directores y a sus productores quienes alimentaron y construyeron directamente al héroe, dotándolo de toda una carga simbólica a fin de explotar a la figura heroica, aunque posteriormente dicha carga fuera lo suficientemente fuerte para convertirlo en mito que tiene ciertas necesidades sociales y culturales, “Santo, el Enmascarado de Plata, concentraba los elementos necesarios. Su imagen y su relato mitológico eran suficiente efectivos para logarlo” (Fernández, et al., p. 158)
Simultáneamente la lucha libre a pesar de ser una práctica social surgida de los sectores más bajos de la sociedad, se colocó como un fenómeno cultural que ha llegado a apreciarse y aceptarse por grandes y divergentes sectores en muchas partes del mundo, en gran medida por el proceso de transformación de costumbres e interacciones sociales, además de el cambio de valores, la hibridación de formas y fuerza de la industria cultural.
El momento en que se valora la cultura desde lo que la sostiene y organiza, se establecen tres prioridades: lo oral, lo operativo y lo ordinario; éstas llegan de un contexto aparentemente “extraño” de la cultura popular, que encierra los diversos episodios sobre las tradiciones orales, la creatividad práctica y los actos de la vida cotidiana. En realidad, lo que hay que reconocer con dichas prioridades es que todo lo que separamos con tal cual nombre (popular o masivo) de algún modo se trata, aunque no se acepte, de un proceso erguido a partir de “nuestra cultura” (De Certau, 2000).
Los mexicanos de la post revolución requerían ser testigos del surgimiento de un héroe, de esa figura que defendiera a un pueblo maltratado y acostumbrado a perder. Octavio Paz (1972) también muestra una posible explicación ante el porqué de la importancia de Santo, ya que el mexicano es un ser que aprecia como nada el no “rajarse”, resaltando el valor de la hombría; mientras que “abrirse” es muestra inmutable de cobardía, el Enmascarado de Plata nunca lo hizo, sin importar que tan precaria fuese su situación. En su despedida se desmayó, por la paliza recibida, antes de rendirse.
Si bien el ícono de la lucha demostró grandes habilidades físicas, esto no hubiera sido suficiente para colocarlo en un nicho sin los instrumentos de la cultura de masas, de la sociedad del espectáculo y del consumo. Las funciones cinematográficas, la propaganda, la televisión o los medios impresos se favorecieron y fueron esenciales para la creación, prestigio y consolidación de un ícono dentro de la sociedad de consumo pues provocaron un impresionante impacto, al grado de dotarlo de una importancia sin precedentes, proyectándolo a nivel mundial e incluso originando el robo de su imagen en otros países. Inclusive el reconocido como el ídolo del pueblo, Pedro Infante, no alcanzó la penetración que tuvo el luchador enmascarado.
Ante esta lógica no es descabellado asumir que los medios masivos pueden presentarse como portavoces de una sociedad que se mueve a través de imágenes y ser creadores, o destructores, de nuevos íconos, ídolos, héroes y en este caso también de mitos, como sucedió con Rodolfo Guzmán, un rostro desconocido pero que paradójicamente al ocultarse tras una máscara logró la popularidad digna de las leyendas. El personaje se pudo constituir como un mito en la medida en que dependió de la historia de su recepción, pues siempre respondió a una necesidad real dentro de un contexto histórico determinado de manera objetiva. Cubrió necesidades de identidad, de entretenimiento, de triunfo, de valores, quebrando así cánones preestablecidos sobre lo bueno, momentáneamente pudo ser el héroe en la pantalla y el villano en el cuadrilátero, ambigüedad presente en la misma naturaleza humana que asume su rol de acuerdo a la esfera social en la que se ubica momentáneamente.
Esto facultó a El Santo a romper los límites a los que se puede aspirar dentro de cualquier sociedad, se atrevió a lo insólito, a llamarse “Santo” en un país que respeta como pocos las figuras religiosas. Se cubrió el rostro con una máscara plateada, la máscara que usamos los mexicanos para defendernos del “silencio, de la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación” (Paz, et al. p. 4). En las arenas se escucha el clamor de “todos somos Santo”, ante la necesidad de proyectase ante una figura positiva
El fenómeno de el Enmascarado de Plata como héroe y como mito forma parte de las manifestaciones de la cultura de masas contemporánea, pero sobre todo de nuestra realidad al convertirse en un emblema único y constante, reintegrándose una y otra vez a las exigencias de cada época hasta llegar a ser una parte fundamental de la sociedad; incluso unificó las diferencias culturales, ideológicas, de clase social, entre otras. El Santo logró convertirse en un mito y en una marca registrada.
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