Los primeros grandes nuevos movimientos sociales se ubican en la época de setenta, y van bajo el nombre de “movimientos contestatarios”, por lo menos dos décadas antes del oficial comienzo del postmodernismo. Se puede decir, de alguna manera, que se trata de un advenimiento, de una fuerte mirada hacia lo que se viene en el futuro. “Se percibió en esos movimientos una respuesta a formas de dominación caducas, y no tanto a la rebelión de los desposeídos.” Al contrario de las grandes revoluciones y movimientos del pasado, este se basaba en la búsqueda de justicia, pero justicia ligada a la identidad. No había una organización definida, los líderes cambiaban, existía una diversidad de ideas y un pluralismo de opiniones importante entre sus manifestadores. El obrero luchaba por razones económicas; aquí las razones eran culturales.
Esto último también se vincula a uno de los grandes temas del postmodernismo: además a la muerte de Dios, se suma la muerte del obrero fordista, que trabaja 8 horas diarias en busca de su jornal. El mundo se vuelca hacia los servicios, dejando atrás al obrero industrial, que en casos queda sustituido por ordenadores. La tecnología de la modernidad se torna en contra de la misma: la modernidad causa su propia “muerte”, su propio desplazamiento hacia el postmodernismo. La promesa de progreso se frustra. “Nada escaparía a los dictados de la razón calculadora y escéptica, incluyendo la razón misma.” Otra de las divertidas paradojas en la historia de la humanidad.
Otra gran característica del postmodernismo es el cuestionamiento de las tradiciones, de la realidad, de todo lo que nos rodea, especialmente los puestos de autoridad. Hechos como la Guerra de Vietnam, o Watergate, o la misma Guerra en Iraq actual, hacen que haya una gran desconfianza e incredibilidad en la política, sus líderes y los cauces convencionales de la participación en la misma, especialmente en las nuevas generaciones, que miran al mundo con ojos sospechosos. Esto vinculado con el afán de buscar su propia identidad y encontrar su lugar en el mundo, hace a los jóvenes los principales protagonistas de los nuevos movimientos sociales.
Buscando ejemplos en el mundo que nos rodea, los encontramos en todos lados: el movimiento ecologista, el homosexual, el feminista... inclusive la multitudinaria campaña en contra de la guerra y el movimiento en contra de la hegemonía comercial de algunos países: en todos, los protagonistas son jóvenes. El terrorismo será presidido por veteranos en muchos casos; sin embargo, quienes llevan a cabo las acciones son jóvenes anónimos.
Frente a un mundo que queda unido por los medios de comunicación y la globalización, ambos productos de la modernidad, “la aspiración de los individuos y de las comunidades a recuperar su soberanía existencial” se vuelve predominante. Hay una constante lucha “contra la colonización del mundo vital”, producida por un contexto en el cual las interacciones sociales se han empobrecido notablemente, debido al entretenimiento individual de los medios de comunicación y su combinación con la tecnología. “...Las racionales sociedades actuales dejaron de proporcionar puntos de referencia sólidos (tanto culturales como afectivos) para construir la identidad del individuo.” Lo que es peor, se ha volcado hacia el consumismo, donde todo se vuelve parte de un mercado, todo deriva a la economía, una economía que se vuelve mundial, siguiendo una hegemonía uniforme, impersonal y descartable si se considera universalmente. En rasgos generales, se trata de una enorme carencia de marcos de referencia. “Los nuevos movimientos sociales surgidos en los sesenta abarcan la oposición a todas las formas de opresión, discriminación y dominio de la sociedad de consumidores, incluyendo la explotación de la tierra...”.
Otra gran característica es que estos movimientos sociales no parecen ser que estén destinados a desencadenarse en una revolución. Al contrario, a pesar de que logran muchas veces tener el peso necesario para poder innovar cierto cambio en la sociedad que en cierta manera los reprime, estos cambios son cada vez menores y hay más tiempo entre ellos.
El gran fantasma del postmodernismo, latente en todos lados, llegó a los jóvenes en lo que parecería ser una última instancia, pero sin embargo llegó. El sentimiento colectivo se comienza a desinflar, el cuestionamiento ha llegado a las acciones mismas y a las oportunidades de poder cambiar el mundo. Como expone Lyon en cuanto al debate entre Marshall Berman y Michel Foucault, “¿Qué sentido tiene oponerse a la injusticia cuando incluso nuestros sueños de libertad sólo añaden más eslabones a nuestras cadenas?”
Algunos postmodernos aseguran que la única forma que hay para poder avanzar dentro de este mundo agotado y pesimista es, justamente, a través de los movimientos sociales, tal como Foucault. “Aceptar el caos, admitir la confusión pueden ser formas de socavar y subvertir la arrogancia de la modernidad.” Sin embargo, la falta de interés de las generaciones recientes suscita un gran problema: parecería ser que el postmodernismo ha criado una juventud conformista a medias, que reconoce sus diferencias y su inferioridad cultural ante otras generaciones, y que, a pesar de demostrarlo a través de la música y el arte, no hace nada para cambiar su estado. El pesimismo ha dado lugar a la resignación por completo, a la triste espera de una futuro sin destino. El nihilismo ha cobrado sus víctimas, en lo que parecería ser una sociedad en la cual el aquí y ahora es lo único que cuenta, mientras que el futuro es algo en lo que se intenta no pensar.
El consumismo, la globalización, la existencia de un mundo cada vez más completo de tecnologías nuevas... todo hace que uno se sumerja en un océano de caras anónimas, donde la identidad es un tesoro lejano. El postmodernismo ha logrado asustar a una generación entera, aún más que los grandes totalitarismos.
“Después de todo, sólo éramos otro ladrillo en la pared”.
La frase perteneciente a la canción “El Muro” de Pink Floyd, irónicamente reconociendo el hecho que se considera como el comienzo oficial del postmodernismo en la historia, resume el sentimiento colectivo de perdición que reina hoy en el mundo. Ni siquiera uno de los movimientos más multitudinarios pudo frenar una guerra innecesaria: ¿por qué debemos gastar energías en intentar cambiar el mundo si quienes tienen el poder de hacerlo no escuchan?
Como finaliza Lyon, ya desde la antigüedad nos dicen que el ser humano es el único que puede cambiar su destino. Sería paradójico que esto sucediera, y se escuchara a una de las frases tradicionales de nuestro pasado, fomentando un movimiento social que sí lograra echar un ojo optimista hacia lo que vendrá. Sólo queda cruzar los dedos. Después de todo, la historia del hombre parecería ser una paradoja en sí misma.
Bibliografía
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De Sousa Santos, Boaventura. “Los nuevos movimientos sociales”
- Lyon, David. “Postmodernidad” Alianza Editorial S.A., Madrid, 1996
- Zibechi, Raúl. “La revuelta juvenil de los ’90: las redes sociales en la gestación de una cultura alternativa”. Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo, 1997.
Lyon, David. “Postmodernidad” Alianza Editorial S.A., Madrid, 1996. Página 21.
Zibechi, Raúl. “La revuelta juvenil de los ’90: las redes sociales en la gestación de una cultura alternativa”. Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo, 1997. Página 39.
De Sousa Santos, Boaventura. “Los nuevos movimientos sociales”. Página 1.
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Habermas, citado por Ziebechi. Ibid.
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Lyon, David. Op. Cit. Página 121.
Lyon, David. Op. Cit. Página 40.
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