Tras la conquista de Valencia, gracias al solo valor de su brazo, su astucia y prudencia consigue el perdón real y con ello una nueva heredad, el señorío sobre Valencia, que se une a su antiguo linaje ya restituido. Para ratificar su nuevo estatus de señor de vasallos, se conciertan bodas con linajes del mayor prestigio cuales son los infantes de Carrión.
Pero extrañamente, con ello se produce la nueva caída de la honra del Cid, debido al ultraje de los infantes a las hijas del Cid, que son vejadas, malheridas y abandonadas en el robledal de Corpes. Este hecho supone según el derecho medieval el repudio de facto de estas por parte de los de Carrión. Por ello el Cid decide citar la nulidad de estos matrimonios en un juicio presidido por el rey, donde además los infantes de Carrión quedan infamados públicamente y apartados de los privilegios que antes detentaban como miembros del comitiva real. Por el contrario, las hijas del Cid conciertan matrimonios con reyes de España, llegando al máximo ascenso social posible.
El “Cantar de Mio Cid” se diferencia de otras epopeyas en la ausencia de elementos sobrenaturales, la prudencia con la que se conduce su héroe y la relativa credibilidad de sus hazañas. Además está muy presente la condición de ascenso social mediante las armas que se producía en las tierras fronterizas con los dominios musulmanes, lo cual supone un argumento decisivo de que no pudo componerse en 1140, pues en esa época no se daba ese ascenso social de los caballeros de frontera.
El propio Cid, siendo solo un infanzón, un hidalgo de la categoría social menos elevada, comparada con condes, autoridades y ricos hombres logra sobreponerse a su humilde condición social dentro de la nobleza, alcanzando por su esfuerzo prestigio y riquezas y finalmente un mando hereditario, Valencia, y no en posesión como vasallo real. Por tanto se puede decir que el verdadero tema es el ascenso de la honra del héroe, que al final es señor de vasallos y crea su propia Casa o linaje con solar en Valencia, comparable a los condes y ricos hombres.
Más aún, el enlace de sus hijas con príncipes del reino de Navarra y del reino de Aragón, indica que su dignidad es casi real, pues el señorío de Valencia surge como una novedad en el panorama del siglo XIII y podría compararse a los reinos cristianos, aunque, eso sí, el Cid del poema nunca deja de reconocerse él mismo como vasallo del monarca castellano, si bien funcionaba el título de Emperador, tanto para los dos Alfonsos implicados como para lo que fue su origen en los reyes leoneses, investidos de la dignidad imperial.
Para concluir, el Cid es un personaje heroico, pero nunca fantástico. Sus hechos son siempre extraordinarios, pero tienen lugar dentro del límite de las fuerzas humanas. Junto a la valentía, el Cid da prueba de gran prudencia. En sus relaciones con el rey procede con gran lealtad: el trato injusto del rey lo justifica con las emboscadas de sus enemigos. Nunca quiere enfrentarse con su señor natural, y le envía regalos para regresar a su gracia. El poema subraya las tiernas relaciones del Cid con sus hijas y esposa, con una sencillez conmovedora.
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