Georges Dumézil. Debemos un gallo a Esculapio (Divertimento sobre las últimas palabras de Sócrates)
- Todo el mundo contuvo sus lágrimas. Cuando los hombres callan, el silencio tiene una profunda significación.
El Feos se aproximó al lecho. Presionó los callosos pies planos de Sócrates. Lo hizo con fuerza, con expertas manos.
-¿Sientes esto?
-No respondió el moribundo con serenidad.
-¿Y esto? ñpreguntó el Feo a continuación, presionando los helados muslos.
-Tampoco.
Pero los brazos todavía se movían. Con un enorme y doloroso esfuerzo, Sócrates se cubrió el rostro. Era conveniente hacer aquello en el momento en que la muerte llegaba.
Pero, de pronto, apartó la manta con que había cubierto su cabeza. Tenía algo más que decir. No podía dejar de hablar.
-No os olvidéis... de que debemos... un gallo... a Esculapio...
Con sus últimos suspiros, se oyó algo parecido a "¡Ofrendadlo!" Pero no fue posible comprenderlo bien. Había que hacer un sacrificio de acción de gracias al dios de la salud, por haber librado a otro mortal de la fiebre que llaman vida. ¡A aquel ídolo ridículo! Sócrates murió con aquella cortés y levemente irónica obediencia a la ley en sus labios.
-En cuanto el veneno llegue al corazón , habrá terminado todo ñaseguró Feo a los amigos.
-¡Sócrates! ¡Sócrates! ¡Sócrates! -lloró el viejo Critón-. Tal vez tienes algo más que decirnos. ¡Dinos algo!
No hubo respuesta.
El deforme y desmañado cuerpo se crispó. Después cayó de espaldas.
Critón se inclinó sobre el cadáver. Cerró sus ojos. Y tuvo, además que cerrar su boca.
René Kraus. La vida privada y pública de Sócrates
- Esculapio era el dios de las curaciones y se le ofrecía ordinariamente un gallo en gratitud cuando un enfermo se sanaba. Algunos comentaristas han supuesto, a raíz de esto, que "Sócrates considera a la muerte como una curación de todos los males humanos" (Bluck). Pero Wilamowitz (Platón, t. II, pp. 57-58) dice bien que ni "la vida es una enfermedad, ni Esculapio cura males del alma". Sobre todo es verdadera la segunda objeción, ya que es poco probable dado que Sócrates en sus últimos momentos habla de "implorar a los dioses" y "abstenerse de palabras no propicias" que el suyo era un lenguaje metafórico e incluso encomienda al fiel Critón un sacrificio a un dios cuyo culto era bien concreto y determinado. Basado en dicha interpretación, me parece aceptable, la sugerencia de Wilamowitz de que podría tratarse de un sacrificio debido a la curación de cualquier pariente o amigo, si no se especifica de quién es porque no interesa eso para el relato, sino que lo importante es el escrúpulo religioso de Sócrates de cumplir en los últimos momentos todas sus obligaciones religiosas.
Conrado Eggers Lan. El Fedón de Platón.
La filosofía nos permite penetrar en este mundo eterno de las ideas, al cual pertenece nuestra alma, liberándola así de la cárcel del cuerpo. La muerte no hará otra cosa que consumar la liberación.
El que teme la muerte, la gran amiga del espíritu y del alma, demuestra que ama al cuerpo y que es esclavo del mundo sensible. Por eso Platón nos muestra cómo Sócrates, con una calma y una serenidad absolutas, va al encuentro de la muerte.
De aquí la conclusión de Nietzsche de que Sócrates no amaba la vida:
"¡Oh Critón, debo un gallo a Aslepio. Esta última frase ridícula y terrible significa para aquel que tenga oído: ¡Oh Critón, la vida es una enfermedad! ¿Cómo es posible esto? ¿Es que un hombre como él, un hombre alegre y que había vivido a los ojos de todos como un soldado, era un pesimista? ..."( Nietzsche, F. Gaia Ciencia. Editorial Laia, Barcelona, pág. 340) .
*Aslepio (Esculapio) era , si mal no recuerdo, el dios que los griegos consideraban como favorecedor de la salud, y entonces, había sacrificios a Aslepio para celebrar las curaciones.
De allí que se interpreta más arriba que próximo a morir, Sócrates le debía su agradecimiento al dios, porque se libraría de la enfermedad que implicaba la vida en sí misma.
LOS GALLOS
El primero, ha quedado grabado para la posteridad en los "Diálogos" de Platón. Se nos relata en él, las postreras horas de Sócrates, antes de beber la cicuta; la llegada del responsable de la ejecución, ofreciéndole demorar la misma más allá de la puesta del sol, a lo que Sócrates se niega, haciendo suyo aquello de que "los sabios mueren cuando deben, no cuando pueden". Como el guardián insiste en propiciar la demora: "otros, lo han hecho" le dice. El filósofo contesta que no es momento de economizar el tiempo, y así, entre saludos de despedida a las mujeres, sus parientes y amigos, da sus últimas órdenes, y entre ellas, que paguen el gallo que le debe a Esculapio.
El segundo gallo, lo conocemos por el Evangelio. Dice San Lucas: "Hablando aún él, cantó el gallo. Vuelto el Señor, miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra del Señor, cuando le dijo: "Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces y saliendo fuera, lloró amargamente".
No sabemos más... Lo imaginamos, un gallo como todos, con su cresta y sus carúnculas rojas y colgantes, pero por saber, no sabemos ni el color de su plumaje, ni a quién pertenecía, ni si todas las madrugadas era el primero en cantar. O alguna vez fue el último.
Como antes mencioné, recuerdo un tercer gallo. Pertenece a la mitología vasca, tan rica en significados, donde la luna y el sol, son tratadas como abuelas, las montañas crecen, y los meses eran llamados según la relación establecida entre la luna y los trabajos agrícolas o las estaciones del año. Así, agosto era "la luna seca", y setiembre "la luna de los helechos".
La historia de este tercer gallo pertenece al origen de los tiempos y la cuentan en el pequeño pueblo de Ataún.
Dicen allí que un viajero hacía su camino con un gallo para que su canto, al amanecer, no dejase de atraer al sol, y así caminando y caminando hacia los confines del mundo, se encontró con un pueblo cuyos habitantes golpeaban con palos grandes peñascos todas las mañanas para despertar al sol. Y para ellos, el sol también salía.
La actual popularidad de la historia, como otras, se la debemos al padre Barandiarán. Pero no deja de maravillar la ingenuidad de la historia, y la cara de sorpresa que habrá puesto aquel sencillo viajero vasco el día que se le murió el gallo, e igualmente vio salir el sol.
SOCRATES Y LA INMORTALIDAD
Auténtico parece lo que nos cuenta Platón mismo de que Sócrates expone que bueno es creer en la inmortalidad, si efectivamente es verdadera; si no lo es, al menos sirve esta especie de problemática creencia «para no entregarme a lamentaciones y hacerme odioso para vosotros».¡Para tan poco y para cosa tan exterior le servía al Sócrates histórico la creencia en la inmortalidad! Este es uno de los rasgos verdaderamente extraños de Sócrates.
Y muy suyo es también el proponerle a sus discípulos que se pongan a discutirle en todo esto, y que tengan en más a la verdad que a él mismo.«No quiero marcharme de este mundo dejándoos engañados a vosotros después de engañarme yo mismo, como si fuera una abeja que os dejara el aguijón clavado».
La nada no le parece a Sócrates ningún mal; y sobre todo para los males, el que el separarse el alma del cuerpo signifique también la aniquilación de aquella, se convierte en un bien, pues con la aniquilación del alma desaparecen también los males. La historia que a continuación cuenta Platón, sobre la justicia en el otro mundo y las sanciones morales en la otra vida, pertenecen desde luego más a los elementos que el hijo de Aristón aprendió del pitagorismo y los misterios.
ACERCA DE LA OFRENDA DEL GALLO A ESCULAPIO
El sacrificio del gallo a Esculapio se ha interpretado de varias maneras. La verdadera inteligencia de este piadoso encargo está en la interpretación pesimista de la vida que tantas veces aflora en los griegos. El gallo se ofrendaba a Esculapio precisamente en agradecimiento por la salud recuperada; y asi, si Sócrates consideraba que había llegado el momento de hacer este sacrificio en acción de gracias, es que se encontraba curado de una enfermedad,de la enfermedad que es la vida. Nunca se había expresado con semejante pesimismo, pero de la autenticidad de esta actítud nos sirve de prueba la serenidad con que mira a la muerte.
Era, desde luego, una curación de la tremenda enfermedad que es vivir, y habian de rendirse por ello gracias precisamente al dios que en la religión ateniense había logrado sólidamente el puesto de dios médico, Asclepio, un dios moderno: cuyo culto se consolida en Atenas precisamente en vida de Sócrates. Quien en los años hacia 420 habia visto el culto llegar desde Epidauro y fijarse,no procuraba en modo alguno sustraerse a las obligaciones de este culto, por poco antiguo que fuese. Tan pronto como el nuevo dios era asimilable a elementos tradicionales y presentaba con la vieja religión profundas concomitancias, Sócrates lo aceptaba tan plenamente como Sófocles, su contemporáneo alpo más viejo.
Esto quiere decir el simbólico ofrecimiento del gallo: más una afirmación de tono pesimista que un gesto religioso exterior y de sospechosa sinceridad. No es una concesión a la religión popular,sino un rasgo genial,una expresión filosófica que toma como vehículo un elemento de la religión popular. Lo sorprendente es que el gallo era el sacrificio que ofrecían tantos y tantos griegos por la salud recuperada, mientras que Sócrates lo ofrece con sublime y pesimista ironia por la solución de esta dura enfermedad que es la vida.