Al ver estos dos modelos de Estado “perfecto”, se encuentran similitudes y diferencias dentro de sus organizaciones políticas, sin embargo el rasgo más sobresaliente que se observa es el de la educación de los gobernantes y la forma en que cada uno impacta al Estado “perfecto”.
La educación es el arte de conducir el alma hacia la verdad, de orientar la mirada hacia la contemplación del ser. Educación es el camino que debe llevar a fin de conocer la verdad. La educación y la verdad deben estar al servicio de la polis para hacerla justa.
La condición que Platón propone para el Estado perfecto es que los gobernantes no han de buscar el gobierno para su propio beneficio; sino para hacerse cargo del mismo, renunciando a pesar a una vida más elevada. Sócrates plantea la educación que deben recibir: “Será pues necesario dedicarlos desde la infancia al estudio de los números, de la geometría y de toda la educación propedéutica que debe impartirse antes que la dialéctica, pero sin obligarlos a aprender por la fuerza.” (Platón). Según Platón, la dialéctica es la única ciencia que busca la verdad por sí misma, sin motivos personales superiores. La más elevada educación debe ser para los que sean capaces y dignos de está durante su juventud. En la infancia la instrucción será grata, solo para discernir la capacidad natural de los niños. A los veinte años se llevará a cabo una selección de los mejores alumnos, a los treinta se hace una selección definitiva, los cuales se dedicarán a la dialéctica. Cinco años se dedicarán a esta ciencia. Aquellos que surjan triunfantes se convertirán en los verdaderos gobernantes y guardianes del Estado.
Los criterios básicos que han de reunir los gobernantes en los regímenes islámicos se derivan directamente de la naturaleza y de su gobierno. Además de las cualidades como la inteligencia y dedicación, hay otras dos cualidades esenciales: el conocimiento de la ley y la justicia. El gobernante debe ser una persona virtuosa. Dado que el régimen islámico es el gobierno de la ley, el conocimiento es necesario tanto para los gobernantes como para los que ejercen algún cargo o función dentro del gobierno. Para el gobierno islámico el gobernante debe superar a todos los demás en conocimiento, es decir debe conocer más que todos. El conocimiento de la ley, y por ende la justica, constituyen cualidades fundamentales desde el punto de vista musulmán. Sin embargo el conocimiento de la religión no es importante en cuestión de liderazgo. Los únicos conocimientos importantes para gobernar son aquellas mencionadas por el Más Noble Mensajero y las aceptadas por los musulmanes: La buena formación del gobernante y su conocimiento de las reglas y disposiciones del Islam. Su justicia y excelencia en cuestiones morales y de fe. La razón también forma parte en estas cualidades. Si el gobernante es ignorante de la ley, no es adecuado para gobernar, pues si sigue otros decretos legales, no tiene una guía fija, por lo tanto será incapaz de gobernar correctamente y de aplicar las leyes del Islam.
Los regímenes islámicos no corresponden a ninguna de las otras formas de gobierno existentes. La principal diferencia entre el gobierno islámico y el resto de las formas de gobierno radica en que el Islam, el poder legislativo y la competencia para el asentamiento de las leyes pertenecen a Dios Todopoderoso, en las demás son los representantes del pueblo o el pueblo en sí quién establece la legislación.
La justicia hace al hombre virtuoso, y al Estado “perfecto”. Para defender esto, Platón se vuelve a la naturaleza. El conocimiento de Dios hace al hombre virtuoso, y al Estado “perfecto”. Los musulmanes proponen esto a través del Más Noble Mensajero. Estas son las dos tesis propuestas por los dos tipos de gobierno antes mencionados y las dos grandes diferencias entre ambas formas de gobierno. Sin embargo en ambas se entiende que la justicia es el bien común que ambas polis deben tener para hacer a sus hombres “buenos” y así formar el Estado “perfecto”, aunque uno se base en el ser humano y el otro en Dios Todopoderoso para lograrlo. Es decir, que cada quien se dedique a lo que se le ha encomendado.