La inmigración genera crecimiento económico y recursos suficientes para financiar la expansión de los servicios públicos. A lo largo de sus vidas, los recién llegados, en su mayoría jóvenes de entre 16 y 34 años, aportarán en forma de cotizaciones e impuestos más de lo que cuesta atenderlos a ellos y a sus familiares. Además, los nativos se benefician también de los impuestos pagados por los trabajadores foráneos y del capital humano de los inmigrantes.
La aportación de los extranjeros a la Seguridad Social demuestra la capacidad de la inmigración de contribuir, como el resto de la población, al sostenimiento de la cohesión social. Así, desde el año 2000, casi una cuarta parte del crecimiento en la afiliación a la Seguridad Social ha sido de trabajadores extranjeros. Actualmente, los extranjeros afiliados a la Seguridad Social son unos 850.000 –más del 5% del total-.
La inmigración se ve favorecida también por necesidades demográficas. Sin la aportación de la inmigración, la proyección del crecimiento de la población española nos conduciría a una disminución de tres millones de personas en los próximos veinticinco años, y ello tendría un efecto dramático. Más allá de cuestionar el mantenimiento económico del Estado del Bienestar, una población envejecida carece del dinamismo indispensable para el progreso.
Todo el trabajo inmigrante es positivo para el país receptor todo el que llega y trabaja por un salario contribuye al crecimiento económico. ¿Sin límites? Con dos clases de límites. El primero, económico: el país receptor tiene que tener suficiente ahorro nacional o extranjero para invertir en bienes de equipo, bienes intermedios e infraestructuras que permitan hacer productivo el trabajo de todo el que lo quiera desempeñar, sea o no inmigrante. No se trata, por tanto, de una especificidad respecto al inmigrante; también se aplica a la mano de obra nacional. El segundo límite es político o social: la sociedad de acogida tiene que poder asimilar a gentes con una cultura diferente, para lo cual necesita policías y justicia dispuestos a aplicar el ordenamiento jurídico. Si no existen policías suficientes o las leyes no se aplican, la positiva contribución económica que produce siempre la inmigración, se puede volver contra el propio país.
Pero, al margen de esos límites, no hay ningún otro que impida que todos los inmigrantes que lleguen y trabajen contribuyan al crecimiento del país. Estados Unidos es un buen ejemplo de crecimiento a través de la inmigración; aunque tenga problemas de integración de distintas razas, credos y culturas, que desembocan en enfrentamientos y violencia muchas veces. Bien es verdad que la integración de los inmigrantes se produce gracias a que el estado de bienestar es limitado. Un estado benefactor universal supone un límite a la integración de inmigrantes, en la medida que impide la creación de puestos de trabajo para todos.
Por otro lado, estas migraciones han adquirido otro carácter con el fenómeno de la globalización, visto éste como una intensificación mundial de las relaciones sociales que enlazan localidades distantes. Sin embargo la migración se ha abordado poco como factor asociado a la globalización sino como una categoría subsidiaria a la misma. Al analizarse el tema de la integración económica a diferentes niveles se le pone más atención al tema del comercio y la inversión que a la mano de obra. No obstante, las relaciones sociales, y entre ellas la migración internacional, caen dentro de varias dimensiones de la globalización como el Estado nación, la división internacional del trabajo y la economía mundial.
Si anteriormente la migración era vista como un factor positivo desde el punto de vista demográfico y económico hoy día las naciones aseguran sus fronteras ante la avalancha de inmigrantes de países subdesarrollados. Los inmigrantes son vistos por la población nativa como una amenaza en el sentido económico en la competencia por puestos de trabajo. Esta situación genera rechazo hacia el inmigrante que se ha materializado con la explosión de la xenofobia, el racismo y otros males sociales en países como Estados Unidos y el continente europeo.
Por ello, la inmigración es también un reto para la convivencia y la cohesión social; lo es especialmente en aquellos países que, como la mayoría de países europeos, han desarrollado programas de bienestar social; que se ven presionados por la extensión de su cobertura a la población inmigrante. Por tanto, sólo si se abordan de forma adecuada y con recursos suficientes los problemas que genera la inmigración, se convertirá en un fenómeno positivo para todos. Pero, ¿de qué manera podemos abordar problemas como estos?
Con políticas activas de integración –centrada en el inmigrante y su familia- que permitan su rápido acomodo y, al mismo tiempo, una política de cohesión social que asegure el nivel de bienestar –a todos los ciudadanos- a partir de un marco de valores sociales y culturales compartidos. Ambas políticas requerirán, en un inicio, una considerable dotación económica que, ineludiblemente, se debe asumir. Estas políticas deberían desarrollarse atendiendo a las siguientes prioridades: formación e inserción laboral para inmigrantes y residentes en riesgo de exclusión; lucha contra la economía sumergida sustentada en la inmigración; política local activa para evitar la marginalización de las zonas de recepción de inmigrantes; mayor colaboración y corresponsabilidad entre Estado y Comunidades Autónomas; reforzar la seguridad ciudadana; planificar y financiar los servicios públicos para evitar la masificación; y fomentar el sentimiento de pertenencia a una misma sociedad y garantizar el respeto al marco legal.
Sin embargo, y paradójicamente, Europa se beneficia en buena medida de la inmigración. En primer lugar Europa ve hoy un serio problema demográfico en el envejecimiento de la población. Italia, España y Grecia, por ejemplo, tienen más habitantes mayores de 65 años que niños. Esto acarrea serios problemas económicos y sociales al no disponer el Estado de recursos suficientes para cubrir la demanda de seguro social y pensiones en comparación con el número de personas que se encuentran activas. Es decir, la población económicamente activa no podrá mantener a los inactivos. Esta situación se espera llegue a grado caótico cuando la generación del baby-boom alcance la edad de jubilación en cuyo caso el número de personas inactivas será demasiado alto en comparación con el número de personas que se mantienen trabajando. Los inmigrantes tienen entonces un efecto rejuvenecedor dado que la mayor parte de ellos son personas jóvenes en condiciones de trabajar. Por otro lado los inmigrantes tienen índices de natalidad más altos que la media europea con lo que ayudan a equilibrar la baja tasa de natalidad de Europa.
En conclusión, la inmigración tiene suficientes razones para ser tanto favorable como perjudicial en los países receptores. Sin embargo, la inmigración constituirá un factor de dinamismo y progreso, siempre y cuando se pueda desarrollar una política coherente en materia de recepción de inmigrantes, así como una política comprometida y realista de cohesión social.