Es realmente triste tener que presenciar como, cada vez más, el hombre rechaza los dones que Dios le ha concedido. La transmisión de la vida es uno de los más grandes tesoros que nos ha confiado, nos ha hecho partícipes de su plan divino a través de éste, pero pareciera que en lugar de aceptarlo con agrado y gratitud fuera para nosotros una carga y un problema.
Miles de mujeres actualmente gritan y reclaman con una seguridad y una altivez alarmante su derecho a elegir ser madres o no, como si la maternidad y el bebé en camino fueran objetos desechables: si me sirve lo tengo y sino lo boto. Alegan que es su cuerpo y que con él pueden hacer lo que quieran, que nadie puede “obligarlas” a tener un hijo si no quieren.
Pero es que la obligación a la que ellas se refieren es a una obligación externa, y es lógico: nadie puede obligar a otro a actuar de determinada manera. Sin embargo, a la obligación a la que ellas no pueden escapar es a la obligación interna. Obligación derivada de la responsabilidad, de la necesidad de asumir las consecuencias de sus actos. Si ellas en pleno uso de su libertad decidieron tener relaciones, así mismo deben afrontar lo que se deriva de éstas.
Es, igualmente, sorprendente que además de que se reclama el derecho a asesinar, porque en pocas y precisas palabras esto es lo que demandan, también se promueva y se intente difundir entre los jóvenes, en aras de una cultura libre y desarrollada. Los beneficios, afirman, son múltiples: control demográfico, aumento de recursos, disminución de la pobreza... ¿y la persona qué? ¿en dónde queda su dignidad, su igualdad ante Dios y todos los hombres, su derecho a vivir? Lo que se está creando es la cultura de la muerte.
Sin embargo, la trascendencia que se le da a este asunto es mínima:
“Aunque cualquier operación médica puede asustar un poco, un aborto tiene pocos riesgos y casi siempre ocurre sin dolor. Algunos calambres y un poquito de sangre, parecido a la regla, nada de complicaciones. “
Según lo anterior practicarse un aborto, matar a un ser humano, es fácil no tiene “nada de complicaciones”. Si las cosas son así y sumado esto a la “libertad de elección” entonces cualquier persona tiene el derecho a elegir si mata al vecino o no, si el señor del lado merece vivir o no... es un absurdo.
Es urgente hacer una revisión a lo que está pasando, por qué se ha llegado a este punto de degradación, a este inmenso sinsentido en el que la sociedad se encuentra inmersa. Pero sobre todo es necesario volver a encontrarnos con nosotros mismos y de esta manera con Dios, pues es la única manera de volver a enderezar el rumbo y pararnos con la frente en alto, con la dignidad que nos merece el ser a imagen y semejanza de nuestro creador.
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