La primera pregunta que nos planteamos en la residencia Fernando de los Ríos fue, en qué medida el poder político debería tener unas barreras jurídicas para hacer menos vulnerables a las instituciones democráticas del abuso de poder. ¿Cómo hacer frente a los servidores públicos de un Estado de Derecho para que no se corrompan, para que no persigan el interés particular mediante la función pública?. La corrupción es una forma de ejercicio de poder con desprecio de los derechos constitucionales y en beneficio de los intereses personales. Cuando se da la corrupción, el Estado deja de representar la legalidad. Se deslegitima el sistema democrático y se favorece la desconfianza de los ciudadanos ante el Estado.
Es necesario establecer un sistema de reacción frente a los abusos; pero no sólo una respuesta penal ya que ésta exige determinadas garantías que dificultan su efectividad. En palabras de la profesora García Arán, en ocasiones, cuando fallan los controles preventivos, se produce una “huída al Derecho Penal”. Es por ello por lo que el Derecho Penal debe ir acompañado de otras formas de abandonar la transparencia de la Administración Pública.
La primera ética da la función pública debe ser que en el marco de la misma exista una prevención y no se descanse directamente en la respuesta penal para preservar al Estado de la corrupción. Y en verdad, es cierto que la función pública tiene normas dedicadas a la prevención de la corrupción. Un ejemplo es la Ley de 1995 de incompatibilidad de los altos cargos, pero como nos hizo ver D. Carlos Jiménez Villarejo, es absolutamente ineficaz.
Queremos la salud de la democracia, la cual no se alcanzará si hay que apelar siempre a la respuesta penal sin que existan antes determinadas medidas preventivas. Hay que llamar a la ética pública a todos los niveles de la función pública sin llegar a ella a golpe de maza. Debemos volver a reivindicar la separación de poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial “y Económico”.
En el campo intelectual, nos encontramos en una hegemonía conservadora que es más fuerte por lo que es capaz de omitir que por lo que es capaz de prohibir. Se puede decir todo pero pocas cosas son consideradas relevantes. “El pensar crítico es como un hijo innecesario”, está desdeñado. Pero esta situación viene de atrás: desaparecido el enemigo de la Guerra Fría, es necesario otro; en incapaz de afianzar los valores democráticos y los derechos humanos: la sociedad musulmana. Lo llaman Guerra Antiterrorista.
En el mundo actual se eliminan las conciencias privadas y ahora triunfa el que se funde en la opinión mayoritaria en vez de defender sus propios puntos de vista. Se proclama la libertad de expresión como la libertad de poder decir lo que se piensa cuando en realidad, es poder pensar lo que se dice. El artista reivindica, por ello, su oficio como un campo de imaginación en el que expresar la realidad, Quiere recuperar la “ética del artista” y el poder escribir con una actitud crítica.
Un aire de optimismo nos lo dio Carlos Carnero, eurodiputado. Él pone todas sus esperanzas en un proyecto de Constitución Europea por la que la UE pueda ser el marco para hacer verdaderos nuestros valores de democracia y alcanzables todos nuestros objetivos. Pero llegó Carlos Hernández, corresponsal de Antena 3 en el conflicto iraquí, y nos creó un
sentimiento de vergüenza tremendo. La vergüenza del que se sabe ignorante sobre una realidad manipulada por unos medios, llamados utópicamente, de información.
Sumándose a la opinión de la mayoría de los ponentes, el reportero advierte que desde el 11S estamos asistiendo a una regresión en materia de Derechos Humanos y a un recorte generalizado de las libertades públicas. Nos narró la situación de los medios de comunicación americanos los cuales luchan por ser los más patrióticos, valiéndose para ello hasta de la autocensura de la información sobre la guerra de Irak. Los americanos querían hacer su guerra y contarla a su conveniencia, de modo que trataron (sin éxito) de provocar la huída masiva de los periodistas no americanos. Los únicos periodistas que allí interesaban eran los llamados “empotrados”. Son losa que viajan rodeados y controlados por las tropas, las cuales les van pintando el camino a su gusto.
En esta sociedad donde gustan mucho las películas de ficción, con efectos especiales, batallitas, etc., los medios de comunicación, conscientes de ello, nos cuentan lo que pasa como si fuera una de esos filmes de Holliwood para así, atraer a la audiencia. D. Carlos aboga por una rebelión de la ética periodística para mantener la poca credibilidad que, según dice, les queda.
Audiencias, corrupción, bestsellers… Sólo me resta añadir una cosa a modo de conclusión que creo que resume bastante bien lo que está pasando: ¡Maldito dinero!; maldito dinero que todo lo puede comprar; hasta la ética.