“Algo Nuevo Bajo el Sol” combina el rigor de un libro de texto con el análisis histórico y breves reseñas de algunos acontecimientos clave en la historia medioambiental del siglo XX. Se divide en 12 capítulos, cada uno de los cuales va encabezado por un breve resumen de los contenidos que se van a tratar.
Los dos primeros tercios del libro están dedicados a describir las transformaciones de los recursos físicos y biológicos de nuestro planeta. Los capítulos se organizan en torno a lo que los científicos medioambientales llaman “el medio”- es decir, la tierra, la atmósfera y el agua – y los recursos biológicos - la flora y la fauna -. Cada capítulo combina descripciones de tendencias a gran escala con breves ejemplos de transformaciones medioambientales en lugares y regiones específicos.
Esta organización permite al autor poner al descubierto conexiones entre ideas, lugares y procesos que de otra manera serían difíciles de percibir. Por ejemplo, en el capítulo titulado “La Biosfera: aliméntate y sirve de alimento”, McNeill identifica interacciones y paralelos entre dos pilares de la modernidad: la agricultura de alto rendimiento y la salud pública.
Pone de manifiesto hasta qué punto tanto la producción de alimentos como los sistemas sanitarios han contribuido a alargar la esperanza de vida y al mismo tiempo llama la atención sobre su fragilidad y su dependencia de tecnologías cada vez más consumidoras de energía y más complejas.
En otro capítulo, McNeill presenta una concisa historia comparativa de los bosques atlánticos de Norteamérica y Brasil. En el caso del este de Estados Unidos, los bosques comenzaron a regenerarse a lo largo del siglo XX, mientras que en Brasil siguieron desapareciendo. Su explicación para destinos tan divergentes es que los cambios sociales y tecnológicos redujeron la presión sobre los bosques en Norteamérica, mientras que el atraso en Brasil llevó en último término a dejar desprotegidos los suyos ante la rapacidad humana. Estas comparaciones y paralelos me parecen particularmente interesantes, porque ayudan en gran medida a tomar conciencia de hasta qué punto está todo interrelacionado en nuestro mundo.
El último tercio del libro examina lo que el autor llama los “motores del cambio”: población, urbanización, tecnologías (especialmente las energías no renovables como el petróleo), estructuras económicas, política e ideología.
McNeill hace notar que las fuerzas del cambio han sido múltiples y muy interrelacionadas, pero creo que, a mi modesto parecer, a veces peca de intentar abarcar demasiado y llega a generalidades y afirmaciones simplistas sobre unos procesos muy complejos que casi nunca han actuado uniformemente en todo el planeta.
Por ejemplo, argumenta que la demanda de alimentos que estuvo detrás de la expansión, casi al doble, de tierras de cultivo, ayudó a lanzar la Revolución Verde y multiplicó la actividad pesquera mundial, (pp. 267 - 77). Sin embargo, en muchos puntos de Latinoamérica, zona que me resulta especialmente familiar por haber pasado allí parte de mi adolescencia y por las asignaturas de esta carrera dedicadas a esta parte del mundo, la expansión de la agricultura durante el siglo XX fue más bien el resultado de la especulación sobre la tierra, la colonización de terrenos patrocinada por el estado y la expansión de los mercados de exportación de productos tales como la ganadería, el café y el algodón – cuestiones que tenían poco que ver con alimentar bocas hambrientas.
El hecho de que el trabajo sea un libro de 500 páginas y no una obra en varios volúmenes, hace también que algunas cosas no queden claras; Mcneill admite que los incrementos bruscos de población, producción y uso de la energía afectaron a las distintas regiones, naciones, clases y grupos sociales de manera muy desigual, favoreciendo a algunos y perjudicando a otros, pero muy pocas veces une sus motores de cambio con momentos históricos, lugares y pueblos específicos. En lugar de ello, hay una fuerte tendencia a pasar de puntillas sobre la lucha encarnizada _y a veces sangrienta_ que ha tenido ¡y tiene¡ lugar para controlar los recursos biofísicos. Por ejemplo, el autor sostiene que a lo largo del siglo XX, nos dedicamos a crear nuevas políticas, nuevas ideologías y nuevas instituciones basadas en el crecimiento continuo, y que si esta época de abundancia terminara o fuera desdibujándose, nos enfrentaríamos a nuevos ajustes traumáticos. Esta es una afirmación demasiado superficial dado el número, nunca alcanzado antes, de guerras y conflictos sociales que tuvieron lugar durante el siglo XX, tanto a pequeña como a gran escala.
Para mucha gente – especialmente aquellos que se rebelaron contra los estados burocráticos y las economías de mercado o fueron marginados por éstos – la pasada no fue una época de abundancia precisamente. Además no se necesita ser una feminista radical para darse cuenta de que este “experimento masivo” ha sido en gran parte un proyecto masculino. En suma, nunca queda lo suficientemente claro quién exactamente es “nosotros”, ni que “todos nosotros”estuvimos de acuerdo en acatar las reglas puestas por los estados hegemónicos y los mercados de masas que tuvieron un papel central en moldear el uso de los recursos en el siglo XX..
Hay también otra cuestión que me llama la atención al leer el libro. Muchos de los motores de cambio identificados por el autor estaban ya empezando a acelerar en la última parte del siglo XVIII y durante el XIX, y en muchos aspectos se puede considerar el siglo XX como un periodo durante el cual se aceleraron procesos ya existentes. Al resaltar la cualidad excepcional de este siglo, McNeill corre el peligro de quitar importancia al “continuo” de muchos de los cambios ecológicos que comenzaron a ocurrir en siglos anteriores ( por ejemplo el descubrimiento de América o los grandes procesos de colonización) que pusieron en marcha procesos transcontinentales de larga duración que han resultado centrales para la emergencia de la economía mundial moderna.
Poner el acento en el siglo pasado también significa colocar los motores de la historia una vez más en lo que llamamos “Occidente”, con lo que esto conlleva de etnocentrismo, a pesar de que la posición personal del autor no es esta en absoluto, pero es lo único que podemos deducir de esta afirmación, y por otro lado hay una consecuencia lógica adicional que se sigue de considerar como único “macromotor” de la historia el siglo XX, y es que de esta forma se está negando casi por completo la capacidad de influencia a las personas fuera de los centros industriales.
Por otra parte, a pesar de lo dicho anteriormente, el libro tiene infinidad de aciertos, y resulta verdaderamente interesante de leer; está a mi parecer muy bien organizado y mezcla a la perfección el detalle con la gran escala, de manera que sí acierta con su pretensión de escribir una historia mundial medioambiental, y como mencioné antes, describe cadenas de causas y efectos que realmente resultan fructíferas a cualquier lector.
La parte a mi juicio más interesante es la segunda, la titulada “motores del cambio, donde McNeill expone, ejemplifica y demuestra que, en lugar de explicar estos enormes cambios a través de teorías grandilocuentes que persiguen dar una respuesta simple a relaciones tan complejas como las que existen entre cambio medioambientales y sociales, hay que recurrir a dos tendencias complementadas con una tercera: las dos primeras serían el paso a un sistema de energía basado en los combustibles fósiles y un rápido crecimiento demográfico, y la tercera que se consolidó gradualmente y que es el compromiso ideológico y político con el crecimiento económico y el poder militar.
El epílogo concluye con una reflexión que es a la vez una pregunta en el aire: nuestra esperanza de vida – 70 años aproximadamente – nos impide tener la perspectiva que nos darían nuestros recuerdos de vivir 700 o 7000 años, y por eso no nos damos cuenta de hasta qué punto la situación que vivimos es una desviación extrema de cualquiera de los estados más duraderos, más normales, del mundo en el plazo de la historia humana.
La pregunta implícita es si podremos sobrepasar en inteligencia a las ratas y los tiburones y, en lugar de confiar en nuestra suerte y vivir de espaldas a todo lo que nos indica que estamos llegando al punto de rotura de las esferas pitagóricas, seremos capaces de “hacer” nuestra suerte antes de que sea demasiado tarde.
La respuesta en cien años, quizás cincuenta.
BIBLIOGRAFÍA:
McNEIL, John R. Algo nuevo bajo el sol: historia medioambiental del siglo XX. Madrid: Alianza Editorial, S.A. 2003